martes, 7 de diciembre de 2010

Pánico escénico



A ratos, quisiera desaparecerse del mundo. Ser tan invisible que se quede transparente, desapercibida para el resto de la gente. Pero sabe que no es así. Sabe que cuando más lo esperas es cuando menos sucede. Y los intentos de borrarse sólo terminan convirtiéndola en una luz brillante que atrae todas las miradas. Por qué o para qué… es cosa que tampoco entiende. Pero está convencida que es así, que no puede escaparse a las miradas ajenas. Y se odia pues entiende que las miradas ajenas sólo la alcanzan por culpa suya y de nadie más. Sin embargo no puede evitarlo. Desea desaparecer aunque eso sea lo que la hace justamente imperdible para el resto de las personas. Si tan solo pudiese ser avestruz… quizás entonces podría por lo menos esconder la cabeza y no darse cuenta de que todos la observan pues ella no los vería.
Pero no es avestruz. Es humana. Terrible, irremediable, aburrida y absolutamente humana. Tampoco le queda el consuelo de la fantasía. Ella es lo que es.
Ha pasado toda su vida escogiéndolo y escondiéndolo. Como si tal cosa hiciera sentido… como si se pudiera hacer otra cosa cuando se es tan consciente de que uno no es marciano pero más le valdría serlo, pues sólo así sus particularidades estarían justificadas, pues sólo así lo mucho que se sale del común de la gente tendría una explicación plausible.
Uno sabe que las cosas están verdaderamente jodidas cuando la mejor solución que se le ocurre es hacerse pasar por marciano… Al menos debería saberlo.
Sin embargo, yo no sé si ella lo sabe. Sólo sé que ser marciano en los momentos actuales no le molestaría en demasía. Entiende que no es un asunto muy probable, pero la desesperación la lleva a considerarlo.
Siempre se ha sentido así: expuesta. Por más que su mente le dice que no es lo suficientemente importante como para ocupar los titulares en las cabezas ajenas, se sigue sintiendo de esa manera. Y más cuando la experiencia le ha enseñado que las personas nunca son lo bastante juiciosas como para no desperdiciar tiempo hablando de los demás.
Racionalmente entiende que no va a morirse si eso sucede. Pero la razón importa poco la mayor parte del tiempo. Hasta los filósofos lo dicen. Actuamos por compulsión, por emotividad. La razón sólo sirve para torturarnos al respecto y repasar las escenas vergonzosas una y otra vez en la mente.