martes, 8 de julio de 2008

La casa de mis miedos



En honor a Luis Aarón y su blog sobre sueños:

La otra noche tuve un sueño extraño. Caminaba por las calles de Culiacán porque aparentemente estaba buscando “algo” que era importante que yo llevara de regreso a casa. Las calles por las que andaba por supuesto que no correspondían al Culiacán real, pero eran tan familiares que, parte de mí, pensó que quizá esa sea la ciudad que siempre transito en sueños.
En mis andanzas llegué a una casa blanca, enorme a la cual sólo podía llegarse mediante una gran escalinata compuesta de pequeñísimos peldaños. Sólo de verla mi corazón comenzó a palpitar ligeramente angustiado. No pensaba que lo que buscaba se encontrara ahí. Creo que ni siquiera pensé realmente, simplemente sentí el impulso por subir y comencé mi carrera hacia arriba. La casa ejercía sobre mí esa fascinación morbosa que sentimos, principalmente en la infancia, ante aquellas cosas que nos atraen y, al mismo tiempo, nos aterran.
Al llegar al final de la escalera había una arcada tras la cual se vislumbraba la casa. No estoy segura de que lo que vi sea arquitectónicamente posible en la vida real pues era como si, a un tiempo, existiera gran distancia entre los arcos y la fachada (para permitir un jardín, algo como un patio central) y no existiera distancia alguna y la puerta estuviera ahí, al alcance de la mano.
Desde la arcada, intentaba espiar. Y, en eso, se apareció un mayordomo. Quise huir inmediatamente pero su plática me detuvo. Los dos sabíamos que yo había estado ahí anteriormente, de seguro cuando era niña. A mi mente llegaban pedazos de imágenes sin orden ni concierto, trozos de la memoria de lo hecho y vivido ahí. Y pensé en los habitantes de la casa: una madre terrible, y un hijo con cierto retraso mental, quizá alguna tía medio loca o medio ignorada. Mientras, el mayordomo intentaba precisar dónde y cuándo me había visto, pero yo sólo podía pensar en escapar, en no permitir que recordara cabalmente. Como si eso solo pudiera hacer que el horror que sospechaba se hiciera cierto. Alcancé a escuchar que el hombre se quejaba de la inconciencia de los dueños, algo acerca de no dar el mantenimiento adecuado y el peligro de que la construcción se desmoronara y se viniera abajo con la lluvia (mientras lo escuchaba podía verlo, aunque sabía que las paredes seguían firmes). Entonces el hombre me invitó a pasar, y sus palabras me precipitaron a correr escaleras abajo. Algo en mi espalda me hacía presentir a la madre y su hijo. No quise voltear por miedo a las estatuas de sal.
Al despertar me invadió la certeza de que esa casa ha estado en mi cabeza desde siempre, en la ciudad capital del país de mis sueños. Cada bloque es uno de mis temores. Sé que la visito de tiempo en tiempo.